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Aquel verano del 2016 vi los Juegos por televisión. Cuatro años antes había cubierto los de Londres, pero por aquel entonces las condiciones de trabajo ya no eran las mejores y a veces hay que mantener las distancias para encontrar la perspectiva precisa.
Pese a ello, elaboré todo el material previo de los equipos españoles de agua (natación, sincronizada y waterpolo). Fue en alguna de aquellas mañanas de sol intenso en el CAR de Sant Cugat, esperando que acabara el entreno del equipo de waterpolo masculino refugiado en la pineda situada junto a la piscina descubierta, cuando se me vino la idea a la cabeza.
La historia de Jesús Rollán llevaba muchos años, demasiados, latente en el mundo del waterpolo. Habían pasado diez años desde que se conociera el triste final del que uno de los grandes del deporte español, una década desde que decidiera poner punto y final a su vida desde una terraza de un centro de desintoxicación y su figura había quedado diluida por el qué y por el cómo.
No hace tanto en España, el suicidio era un tema tabú. Una desgracia que perseguía a las familias de los supervivientes -así se conocen a los familiares de los suicidas- para toda la vida. Que Jesús muriera así tenía mucho que ver con que su historia se hubiera diluido, porque pesaba más el final que el camino.
Desde el minuto uno me di cuenta que poner luz a esa historia sería complicado. No sabía por donde empezar. Saqué la 'moleskine' y esbocé un croquis en la página en blanco. Se presentaba un reto apasionante, personal y periodístico. No tardé nada en darme cuenta que necesitaba alguien que sintiera tanta devoción como yo mismo para sacar adelante el proyecto, porque no sería un trabajo de unos meses. Fue cuando apareció en escena Alberto Martínez. Tardé un minuto en convencerle.
@pacoavila