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La vida de Jesús Rollán nos llevó al Puerto de Santa María, donde reposa una parte importante de su vida, un ancla que lo mantuvo a flote en los peores momentos antes de los Juegos de Atlanta, cuando se acentuaron sus adicciones y crecieron sus miedos.
Un vuelo nos trasladó a Sevilla y desde allí un coche de alquiler recorrió los 120 kilómetros sorteando la niebla matutina de febrero y los cuarteles militares de Rota hasta llegar a una pequeña urbanización. Era una mañana de un invierno primaveral cuando Montse Balsebre asomó junto a su marido Massimo y nos llevó a conversar y a comer a un restaurante italiano de confianza. Estuvimos en la terraza. Cosas del sur.
Con Montse Balsebre contactamos en una de esas casualidades de la vida y de las redes sociales. Ahora es madre de una hija aficionada a la hípica, pero antes fue una prometedora jugadora de voleibol del barrio de Sant Gervasi de Barcelona que entró en la Residencia Blume en 1986, cuando se admitieron chicas por primera vez.
Entre esas cuatro paredes tuvo un sueño y un amor. Ninguno de los dos logró prolongarse en el tiempo. Montse fue uno de los descartes para acudir a los Juegos Olímpicos de Barcelona. Jugaba de colocadora, pero se quedó fuera, por lo que se refugió desde entonces en la pintura, su otra gran pasión. Cuatro años después de aquel desengaño, vio cómo se iba evaporando ese amor, que era el de Jesús Rollán.
Ambos cumplieron una década juntos, vivieron su adolescencia en la Blume y su madurez en la casa de Vallirana, pero su vida cogió caminos distintos. Jesús conoció a Letizia y Montse a Massimo. No hubo segunda parte.
Había pasado el tiempo, el polvo había cubierto los recuerdos. Nadie tenía el teléfono de Montse. Ni sus ex compañeros de la Blume ni la familia de Jesús, con quien contactó en 2006 para asistir a la despedida del portero, un acto íntimo en el que no podía faltar el primer amor de Jesús, muy querida por la familia. Facebook obró el milagro. Una búsqueda nos llevó a una Montse Balsebre Sánchez que encajaba en el perfil. Un mensaje, una contestación, una llamada, un viaje y un sinfín de confesiones.
Montse, tímida, de piel dura, fue una de las piezas más importantes de 'Jesus Rollán Eterno'. Ella era la única que conoció a fondo la personalidad frágil de Jesús, sus sueños al imaginarse de anciano paseando junto a ella de la mano en su pueblo de Zamora, sus lamentos después de llegar de fiesta arrepentido por lo que esa adicción que estaba empezando a aflorar, sus miedos sobre el futuro incierto, su gran corazón y también su carácter gamberro, de Peter Pan.
Fue un viaje relámpago, pero inolvidable. Las palabras de Montse pintaron como sus pinceles el mejor retrato sobre Jesús.
@supermartinez