En el ecuador de la Rambla Catalunya, escondido entre el tráfico y demás algarabía, se ubica la Unió de Federacions Esportives Catalanes (UFEC) en uno de esos edificios de la Barcelona de Porcioles.
Allí nos hace de anfitrión Jordi Sans, director general, olímpico en cinco Juegos (de 1984 y 2000) y una de las mentes más clarividentes ante un micrófono. El boya del equipo campeón olímpico en Atlanta '96 es nuetra tercera puerta después de las de Pedrerol y Ballart, más próximos a Jesús que Sans. Pero su mirada era diferente. Para construir una historia por piezas hay que unificar todas las miradas, desde todos los ángulos y las emociones. El relato debía ser multidimensional.
El waterpolo es la vida de Sans, criado en el barrio de Sants, tío de Ballart y quien empezó a jugar al balón amarillo por un familiar. Una historia propia de deportes como waterpolo o hockey, reductos donde la pasión por el juego viene heredada igual que el genio o el carácter. El testigo de Sans era intergeneracional. Él vivió el crecimiento del waterpolo en los años 80, la catarata de recursos con los Juegos de Barcelona 92 y el declive final de un equipo legendario con la amargura de Sidney 2000 pese a que un año después, en el Mundial de Fukuoka, la Selección liderada por Rollán se rebelara con un oro sin paliativos.
Y él, también, vio a Jesús desde otra perspectiva, como un hermano mayor a quien le intentó activar el botón de la responsabilidad. A él y a esos madrileños descarados y divertidos. "Tenéis que estudiar", les decía. "Esto no va a durar siempre", les aconsejaba... Por eso se ganó un apodo cariñoso, porque cuando algunos de sus compañeros de la Selección pasaban el día sin más responsabilidades, aficionándose a la noche, él se iba a trabajar sus horas, ‘al despatx’ para tener un plan B. Ese famoso plan B. La mirada de Sans nos abrió nuevos horizontes, nos confirmó lo que ya intuíamos por las entrevistas que había dado Pedro García Aguado o por las pocas, en aquel momento, conservaciones mantenidas con la familia.
La vida de Jesús era la vida de una generación que se entregó al cuerpo y al alma al deporte, con unos ingresos altos y quien tomó la decisión, por inercia, voluntad o inconsciencia, de vivir cada (casi) día como si fuera el último. Un Carpe Diem con purpurina, con oros, cientos de miles de pesetas y una libertad en el entorno que les permitió seguir por esa línea marcada en sus años de juventud en la Residencia Blume de Esplugues. Un atajo de emociones fuertes, de oscuros horizontes.
Pero Sans también nos presentó la bondad de Jesús, con aquella anécdota en la que a 'Chiqui' se le estropeó el coche y Jesús le prestó el suyo para que fuera a trabajar. Poco le importó al portero volverse en tren a su casa de Vallirana o pedir un taxi para hacerle un favor a su amigo. Una de las muchas historias personales que dejó Jesús, a quien empezamos a conocer a través de la mirada y la palabra de Sans.
La foto es del twitter de Jordi Sans
Texto Alberto Martínez